martes, 24 de julio de 2012

Salvador Rodriguez, "un viajero de cuento"


Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…

Luis Eduardo Aute


El 24 de enero de 2006 Salvador Rodríguez  se subió a una bicicleta, colocó sobre ella un hatillo viejo y remendado, agarró una pluma y un cuaderno en blanco -de esos sin páginas numeradas ni renglones guiados- y sin mucho aspaviento se echó al camino. Empezó a fantasear y a viajar. O a querer vivir lo fantaseado. Empezó a contarse un cuento. “Camino y ganas de andar, sin prisa y lo que venga por delante. Así se escribe una buena historia”, pienso que pensó  Salvador Rodríguez.

Yo conocí a Salva a finales del 2006, no en Granada ni en Vitoria, ni en cualquier otro lugar principal del planeta, sino en la ciudad de Point Noire, República del Congo, que es donde se encuentran habitualmente los viajeros con solera (en los alrededores de aquel rincòn casi inverosímil ahora –escribo estas líneas a un paso del Océano Ártico- conocí a otros cuatro vagabundos de la bicicleta: un australiano, Dean Fiore; un catalán, Josep y una pareja catalano-alemana, Olga y Christian).  Agradezco al camino el regalo de aquel primer encuentro y a Miguel Angel Olaverri, sacerdote navarro, el techo que lo cobijò. Aunque tengo que reconocer que aquel andaluz de aspecto despistado y decidido me preocupó un poco entonces. No tanto él en realidad, sino el ruinoso estado del pedazo de hierro que hasta allí lo había llevado.  Sentí ganas de llorar pero me faltó la confianza. Porque Salva es así: sensible, atento  y cuidadoso  con países, personas y palabras y en la misma medida olvidadizo y confiado al azar en lo que al cuidado de su màquina, esa compañera fundamental, se refiere. Un desastre, vamos.“Mientras-no-se caiga-mientras-no-se-parta-no-se-toca”, es todo lo que dice su libro de mecánica y mantenimiento. Por fortuna para él, y para todos  nosotros, las bicicletas son también así: màquinas nobles, tan sólidas y robustas como los sueños que transportan y tan fieles a ellos que a veces hasta cuesta creerlo.

Cuando el destino –el camino- nos juntó por segunda vez (hace unos meses, en la ciudad mexicana de Guadalajara) Salva seguía pedaleando. De hecho aún no había regresado a Granada (y ya iban seis años) y llevaba rodados más de 100.000 kms por los senderos del mundo. Me alegré de verlo, claro, y ahora sí, no me contuve y lloré desconsoladamente al ver tambièn de nuevo aquella  maltratada y heroica bicicleta. No de preocupación esta vez (era un misterio cómo, pero estaba ya más que claro que Salva sabia arreglárselas con su escueto libro de mecánica) sino de pura pena.  Aparte de eso las cuatro semanas que pasamos juntos en Guadalajara las recuerdo llenas de luz. Creo que es la mejor descripción de aquellos días de bullicio, broma y camaradería: días luminosos, de los que no abundan tanto. Para ser justos el mérito hay que repartirlo: sin la cercanía y el optimismo de aquel grupo de duendes mexicanos que nos rodeaba – los amigos del GDL, Guadalajara en Bici- nada hubiera sido igual. Ellos resumen bien cómo es la gente de aquel pais. Una palabra basta: extraordinaria. 

Desde el año 2006 Salva escribe un cuento. Cuento  vagabundo, zigzagueante, improvisado. Rastro de vida y de ganas de vivir. Rastro valiente, que no rehúye los caminos incómodos, difíciles o poco transitados:  el cruce de Kenia a Etiopia por una de las fronteras más remotas del continente ( el rio Omorate, al oeste del lago Turkana), su recorrido por Afganistán o la travesía invernal de Siberia (octubre, noviembre y diciembre del 2010) son buena prueba de ello.

Viajero, contacuentos, soñador y creador de sueños. Asi lo conocí y así continua sin duda. Ahora está escribiendo el capítulo americano. Dicen que lo han visto recientemente entre lagos y volcanes. Que pasea por las ruinas eternas de una gran ciudad. Que recorre calles siempre pobres y ardientes, calles pobladas de ecos de terremotos y revoluciones. Las viejas calles siempre nuevas, la siempre vida y su terca esperanza. ¡Qué privilegio ser testigo y protagonista de esas calles! (¿cómo será el cuento americano, Salva? Estoy deseando leerlo).  Si se lo encuentran trátenlo con cariño y ofrézcanle posada y vino. Y siéntanse afortunados. Un viaje de cuento se les está acercando.

 Por cierto, casi se me olvida… la primera parte de ese cuento, los 800 días que duró su recorrido por África, están ahora publicados en forma de libro. Estoy seguro de que algún día, cercano espero, ese libro comenzará a desvelarme algunas de las preguntas que aún sigo haciéndome sobre Salva y su viaje. Sobre Salva y sus historias. Y algunas de las preguntas que aún sigo haciéndome sobre África. El libro es una autoedición y si estáis interesados aquí van los detalles:
África. Un viaje de cuento [La vuelta al mundo en bicicleta] Salva Rodríguez Autoedición, 2012  (www.paquebote.com)

Enlace al libro
Enlace a la reseña del libro.

Inuvik, Canada.
24 de julio de 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Salva es la demostración humana de que los sueños no tienen más relación con el dinero que con el corazón.